Antonia Orfelia Barrera tiene 85 años veste fin de semana vivió una experiencia traumática en su casa del barrio platense de Altos de San Lorenzo. Lo peor de todo es que es la segunda vez que pasa por algo parecido en apenas 6 meses. Ahora, delincuentes la mantuvieron cautiva durante dos horas, tiempo que usaron para pegarle sin piedad, revolver toda su casa, causar destrozos, robar lo que pudieron y hasta vaciarle la heladera. Antonia no tiene pruebas de que sean los mismos sujetos que la atacaron antes, pero tampoco muchas dudas. Y un deseo: "Que los agarren".
El indignante suceso tuvo como escenario una casa ubicada en 72 entre 29 y 30, donde tres asaltantes irrumpieron cerca de la 1.30 de la mañana del sábado, tras levantar la persiana de madera de una ventana que comunica la cocina con un patio trasero. A Antonia la despertaron unos ruidos. Segundos después quedaba a merced de los intrusos.
"Comenzaron a pegarme cachetazos y piñas en la cara", contó ella, tantos, que hasta la volaron la dentadura postiza. Los agresores, que actuaron a cara descubierta, tenían entre 18 y 25 años, calculó la mujer. Si portaban armas, no las mostraron. Tampoco les hizo falta. Por número, fuerza y prepotencia redujeron a la víctima a puro golpes y amenazas, antes de encerrarla en el baño para buscar los 20 mil dólares que -según dijeron-creían poder encontrar en la casa de una jubilada que cobra la mínima.
Barrera se cansó de explicarles que por su "situación económica nunca tuve un ahorro en otra cosa que no sean pesos” y ellos mismos pudieron comprobarlo después de poner patas para arriba el lugar y no encontrar ni un billete verde. Tampoco había demasiados pesos, ya que la mujer es jubilada y, encima, sufrió otro asalto hace 6 meses.
Los ladrones terminaron por robarle 100.000 pesos, algunos objetos de valor, las llaves y hasta la escritura de la vivienda. Encima, hicieron gala de algunos vandálicos comportamientos, de pura saña nomás. Por ejemplo, rompieron algunas plantas y macetas, sacaron de la heladera una lata con duraznos al natural, los comieron y usaron la lata para ensuciar la cocina. Arrasaron también con las naranjas, gaseosas y tiraron vino en el piso.
Una vez que por fin se fueron, Antonia pudo zafar del encierro y pedir ayuda, dolorida y con la cara llena de magullones por los golpes. Horas más tarde, mientras acomodaba el desastre que dejaron los indeseables "visitantes", pidió justicia. Convencida de que podrían ser los mismos que la atacaron antes -aunque aquellos tenían las caras tapadas-, rogó que los detengan.