La desaparición de tres quinteros bolivianos en La Plata, hace ya más de 7 años, está envuelta en una trama de sospechas vinculadas a negocios ilegales a gran escala. Nadie sabe dónde están, no se constató su salida del país y sus cuerpos no aparecen.
Se trata de Roberto Espinoza, Héctor Quiroga y Enrique Martínez, a quienes los testimonios situaron en la localidad de Ángel Etcheverry cuando se les perdió el rastro.
En ese sector de nuestra ciudad, los dos primeros trabajaban desde el 2006 en una quinta dedicada a la explotación hortícola, aunque muchas creen que podía tratarse de una pantalla para esconder su verdadera actividad y que nada tenía que ver con la agricultura.
La causa que investiga su paradero está en manos de la fiscal Virginia Bravo, titular de la UFI Nº 7, aunque hasta el momento las distintas diligencias que se pusieron en práctica, con la intención de arrimar información para resolver los enigmas que plantea el caso, no arrojaron resultados positivos.
De Martínez se supo que para el 2016 llegó a la Argentina y estuvo en contacto con Espinoza y Quiroga. Después, literalmente, a los tres se los tragó la tierra.
En el marco de la investigación, se supo de la existencia de una importante deuda con el titular del predio, aparentemente motivada en negocios paralelos.
Uno de ellos, según esa hipótesis, estaba relacionado con el comercio de drogas procedente de Bolivia.
Por eso hubo un seguimiento para el titular del inmueble, al que incluso la fiscal Bravo le llegó a pedir la detención, por creerlo relacionado con la misteriosa ausencia de estos tres hombres, con quienes, estaría comprobado, mantuvo contacto habitual en el tiempo.
Las fuentes consultadas explicaron que, entre las distintas pruebas lanzadas por la Justicia, hubo un allanamiento en el campo donde se afincaban las víctimas, que realizó personal de Gendarmería.
Mediante la técnica del georradar, los agentes buscaron anomalías en el terreno o, indicios de criminalidad, y se supo que se halló un contrapiso, que despertó algunas dudas por su ubicación, aunque nunca se ordenó analizar para saber, por ejemplo, si debajo del material podían encontrarse restos óseos de los desaparecidos.
Sin embargo, el requerimiento de detención, no obtuvo favorable acogida por parte del juez de garantías Guillermo Atencio, a quien siempre le faltó una pieza clave para armar este verdadero rompecabezas: los cadáveres.
En ese contexto, ante la casi certeza de que Espinoza, Quiroga y Martínez pudieron haber sido asesinados, sus familiares le otorgaron poder a un conocido letrado de La Plata, Darío Saldaño, quien comenzó a trabajar en la causa y en las próximas horas, según adelantó a este diario, presentaría otro pedido con medidas de prueba para impulsar la pesquisa, que parece adormecida.
Además, por si algo de intriga le faltaba a esta historia, el dueño del campo que zafó de la detención, al menos por ahora, decidió radicarse en la ciudad de Medellín, Colombia, donde manejaría varios emprendimientos y llevaría una vida de placeres y lujos.
“LOS CARTELES DEL NORTE”
El cuadro de situación en la Argentina, en relación a los carteles de la droga, tiene componentes locales, paraguayos, peruanos, dominicanos y bolivianos. En términos generales, en una reciente nota, se describió a los guaraníes como mayoristas y minoristas de marihuana y cocaína.
El fuerte de los peruanos es el microtráfico de cocaína: administrarían búnkeres en villas porteñas y bonaerenses. También venden en zonas como Abasto y Once. Se disputan Constitución con las bandas de dominicanos. Los bolivianos se limitarían al segundo mayor negocio del narcotráfico del país: ingresan cargamentos de cocaína por Salta, los transportan hasta Buenos Aires y solo venden de a kilos.
“Tener la línea de los bolivianos”, como se dice en la jerga al hecho de hacer el contacto para comprarles, es la meta de todo narco argentino.
La razón es muy simple: los bolivianos tienen el mejor precio del mercado y, se dice, la mejor calidad. Así, entre talleres textiles ilegales o explotaciones hortícolas, funcionan sus depósitos de droga.
Dicen que “son desconfiados. Tienen como un sexto sentido: solo llegás a ellos por un intermediario y te van a mirar de arriba a abajo. Si no les das confianza, no hacen un solo negocio con vos”, aseguró una persona que trata con ellos.
Por cada kilo vendido, se gana una comisión de 400 o 500 dólares durante lo que dure la relación comercial. El gasto corre por cuenta del comprador.
La desconfianza tiene justificación: los robaron muchas veces. Pero lo más común es la “estafa” en transacciones en las que entregan la mercadería y no reciben el pago completo. Para que se entienda el riesgo y, a la vez, el negocio de engañarlos: por cada kilo entregado en Buenos Aires, piden 3.000 dólares. Las organizaciones bolivianas activas en Argentina son de Tarija y Cochabamba.
“Era un mundo que desconocía”, mencionó el abogado Saldaño, que sigue la pista de los desaparecidos en nuestra ciudad. En declaraciones a la prensa, destacó que “lo primero que me sorprendió fue lo asimilado que está el secuestro entre ellos. Es común. Al punto que sus familiares no se preocupan demasiado; salen a buscar lo que les pidan de rescate y listo. Se pueden pagar 100.000 dólares o cargamentos de cocaína y no sale en ningún medio. Ni siquiera van a la Justicia”.
En relación a Espinoza, Quiroga y Martínez, sus familiares pensaron que se trataba de un secuestro, ya que dos meses antes uno de ellos había sido secuestrado en San Martín. Se supone que por policías de la Bonaerense.
Sin embargo, esta vez fue diferente: como durante dos semanas nadie pidió rescate, los familiares se animaron a denunciar, aunque sin novedades.
LA SITUACIÓN EN NUESTRA REGIÓN
En lo que respecta a las bandas extranjeras que venden droga en nuestra región, hay peruanos dedicados a la cocaína en la franja límite entre Berisso y La Plata; paraguayos que hacen delivery en Los Hornos, Romero y Villa Elvira y colombianos en la Zona Roja.
“Los narcos bolivianos no se ven mucho por acá”, confió un alto jefe policial.