Por Alejandra Castillo
Para el diario EL DIA
Video y nota: https://lc.cx/-S9QCB
Cristian Méndez fue jefe de Casos Especiales de la Policía bonaerense, un grupo que se creó hace más de una década para intervenir en causas penales complejas o empantanadas. En ese rol trabajó en la investigación del crimen de Candela Sol Rodríguez, el salvaje asalto a Carolina Piparo, la muerte de Diego Maradona, el asesinato cometido por Pity Álvarez y un largo etcétera.
En los 34 años que pasó en la fuerza, Méndez lideró también el área de Operaciones de la Policía Científica de La Plata, fue segundo jefe de la morgue local, estuvo a cargo de Rastros, de Criminalística y fue Director de Criminalística de la Policía Científica de la Provincia.
Hace un año que se jubiló. Y, aunque reconoce que haberse convertido en una suerte de remisero para sus hijos le da el placer de compartir ese tiempo que la carrera les quitó, se mantiene ligado a aquello que sabe hacer: dicta clases en la Universidad Católica de La Plata (UCALP) y en escuelas policiales.
Sin embargo, éste no era su plan de vida cuando al final de la secundaria le tocó elegir cómo seguir. Nacido en la ciudad bonaerense de Laprida, se mudó a La Plata para estudiar Ingeniería Electrónica, pero pasaron cosas que lo terminaron ligando a historias que le pondrían los pelos de punta al más inconmovible de los mortales. Ésta es la suya, contada por él mismo.
Méndez se vinculó con la criminalística de manera casi casual. Es que en su ciudad natal era bombero voluntario y, ya en La Plata, se sumó a los de la Policía durante tres años. En ese tiempo hizo la tecnicatura de Accidentología Vial y trabajó en Quilmes por siete años, interviniendo en siniestros con heridos o víctimas fatales. Ya no hubo tiempo para la facultad, ni la ingeniería.
La accidentología vial buscan saber “cómo se generó un hecho, la fase precedente o las trayectorias, y analizar el factor que lo desencadenó, porque intervienen varios: el clima o el ambiente en general, el vehículo y el humano. Cuando uno o varios de esos factores se desestabilizan se genera el hecho de tránsito. Con lo que queda -la evidencia - reconstruimos lo que pasó. O lo que con alta probabilidad pudo pasar”, aclara.
Lo mismo aplica para un hecho de sangre, aunque en este caso la criminalística rastrea los indicios que dejó la “interacción entre la víctima, el victimario y el lugar, para usarlos como prueba”, detalla. Por eso está tan ligada con las ciencias naturales, la física, química y biología, en su rol de auxiliar de justicia.
¿Pero cómo se produjo su salto de los accidentes viales a los crímenes? “La dinámica de la propia carrera te va llevando”, cuenta Méndez. Estando provisoriamente a cargo de la morgue le tocó intervenir en casos trascendentes, como aquel catastrófico incendio en el penal de Magdalena, en 2005, que terminó con 33 presos muertos; o el choque entre un tren y un micro que pasó con las barreras bajas en Dolores, dejando en 2008 el tremendo saldo de 18 muertos; las 14 víctimas del
impacto entre una combi y un camión, en Lobos. Y las de la inundación de La Plata, en 2013.
“Cuando alguien es víctima de un hecho doloso o culposo, el médico forense tiene que determinar la mecánica y causa de la muerte para identificar al victimario, pero en la criminalística también tenemos que identificar a las víctimas. Y esas catástrofes te obligan al contacto con un familiar”, resalta Méndez, dejando al descubierto que esa parte del trabajo resultó su flanco más débil.
“Lo hice muchas veces y siempre fue difícil”, admite; “porque el objetivo es acompañar y tratar de que la identificación no genere un trauma”, sobre todo porque más de una vez no hay ni siquiera un cuerpo por reconocer. Apenas una prenda o un objeto personal, como un anillo o un zapato. La foto de un tatuaje. “Siempre se hace con un equipo”, suma, y alude al trabajo pericial en general. De hecho, la experiencia más importante la tuvo en su carrera con Casos Especiales, el grupo que
surgió como una idea en una charla que Méndez mantuvo en 2010 con quien era el Delegado de Policía científica en La Plata: “En ese momento yo era jefe de Rastros y estábamos yendo a un hecho de sangre. Se nos ocurrió, lo propusimos y se concretó”, cuenta.
¿CRÍMENES PERFECTOS?
Ante cada homicidio impune, la opinión pendula entre adjudicarle viveza al autor o torpeza a quienes lo investigan, aunque más de una vez se salde el debate con la vieja fórmula de los “crímenes perfectos”.
“No creo que los haya”, dice Méndez, “sí algunas investigaciones que no se hacen como deberían hacerse. Hemos ido a trabajar a lugares después de otros grupos periciales y trajimos resultados que ellos no”.
En el caso Candela, la nena de 11 años que fue secuestrada y asesinada en agosto de 2011 en Villa Tesei (Hurlingham), Méndez y su equipo hallaron ADN en un vaso y en un atizador en dos viviendas, rastros que resultaron clave para avanzar en una causa que, de arranque, se complicó por distintos intereses.
“Con ese caso viajamos diez veces a Morón, porque nos indicaban un objetivo e íbamos. Como salíamos desde La Plata, mientras llegábamos trabajaba otro grupo, pero hemos estado hasta 30 horas fuera de la ciudad y eso te da un contexto”.
Méndez se refiere a la presión implícita de trasladarse con su equipo de trabajo en un vehículo oficial que él mismo conducía (era el único que tenía carnet habilitante), muchas veces coordinando reuniones o tareas desde el Nextel, aquella suerte de teléfono radio que los policías usaban todo el tiempo: “Era una locura, pero era así”, revela, “porque el mayor desafío era encontrar ese objeto pericial que ayudara al esclarecimiento y, si lo encontrábamos, era también el mejor premio. Es que nosotros vemos cosas que ni los animales harían”.
A eso hay que sumarle la hostilidad con la que suelen toparse los peritos en las escenas, la interacción con las familias de las víctimas, las jornadas largas en lugares difíciles y el uso por varias horas de equipos que pueden deshidratarlos.
En materia pericial, asegura Méndez haber trabajado en casi todos los escenarios -“un pozo de nueve metros, un barco ucraniano con una pérdida de fósforo o un helicóptero para fotografiar desarmaderos”, enumera- pero siempre tuvo en claro que “hay que ponerse una capa o un escudo para que todo lo que vemos no nos penetre, ni nos llegue al corazón. Tenemos que pensar con frialdad”.
Esa idea se las transmite a los futuros criminalistas en las cátedras de Práctica Pericial y Accidentología Vial que dicta en la UCALP y también en escuelas de la fuerza.
Pese a todo, recuerda con mucho detalle la primera vez que vio personas fallecidas como bombero voluntario en Laprida, a causa de un choque entre un Renault 12 y un tractor, o aquel caso en Punta Lara, con una mujer que le entregó su bebé a la pareja para que abusara del niño y no se fuera de la casa.
“Tenemos hijos y tenemos también que aprender a separar los sentimientos, porque estamos ahí para encontrar los elementos que le permitan a la justicia hacerles pagar por lo que hicieron. No para otra cosa”. Sin embargo, sabe muy bien que no es fácil. Y es cuando habla de “desafíos periciales”. Cuenta que un perito en rastros que trabajó en el cuádruple crimen de La Loma -que
tuvo como víctimas a Micaela Galle (11), su mamá Bárbara Santos (29), su abuela Susana De Barttole (63) y Marisol Pereyra (35)- “estuvo con seguimiento psicológico”.
Algo parecido vivió el que intervino en la masacre de la Planta Transmisora de La Plata, donde tres policías fueron asesinados en el año 2007: “No pudo estar más en la calle. Después se recuperó, pero no fue tan sencillo”.
De hecho, recuerda que él mismo se preguntó “qué hago acá” apenas puso un pie en el pequeño departamento donde estaban los cuerpos de Micaela, su madre, su abuela y Marisol (ver aparte). Pese a todo, reconoce que “la fuerza no ofrece acompañamiento psicológico” para quienes se codean a diario con estas escenas y no les queda otra que armar sus propios mecanismos de disuasión -o coraza-, para lidiar con ellas y volver a su casa.
Méndez, que nunca hizo terapia, responde a modo de broma, “capaz que debería”. Por lo pronto, dice no extrañar aquella adrenalina de tener correr en mitad de la noche de una escena de crimen a otra, con la sirena aullando desde el techo del camioncito, porque el tiempo es clave en cualquier peritaje.
“Demasiado estrés”, resume; “ahora estoy disfrutando de ser como un Uber familiar, porque si bien no hay un libro de cómo ser un buen padre, yo le quité mucho tiempo a mis hijos”.
SENTARSE EN UN BANQUILLO PARA DEFENDER EL TRABAJO
El trabajo de los peritos abarca más de una etapa: el de la escena, el de laboratorio, la interacción con los instructores judiciales y el del juicio oral, donde tienen que dar cuenta de sus resultados.
En el que se ventiló la muerte de Renzo Villanueva, el chiquito con síndrome de Down que en octubre de 2017 cayó de un séptimo piso en 9 entre 55 y 56, el trabajo de los peritos encabezados por Cristian Méndez estuvo en el centro de debate, porque la acusación al padre y su entonces pareja se sostuvo sobre la reconstrucción que hicieron con un muñeco. Los imputados Diego Villanueva y Rosa Martignoni terminaron absueltos.
“El fiscal (de instrucción, Marcelo Romero) nos pidió una reconstrucción y armamos un muñeco con la misma talla del niño, porque cayó desplazado hacia adelante y hacia la derecha con una distancia sospechosa, sin que nada pudiera modificar la trayectoria de caída. No había nada en el edificio, ni un aire acondicionado, ni un tender, nada. La pared era lisa. Estuvo la jueza de garantías, las partes, los abogados, hicimos varias secuencias con total transparencia y respetando todas las garantías procesales. La prueba pericial indicaba que para llegar allí, ese niño tuvo que tener un impulso. No hablamos de si fue generado por un tercero o por el propio niño. Lo dicen la parte empírica y los cálculos físicos y matemáticos que se hicieron. Después, habló la justicia”.
También fue clave el trabajo de Casos Especiales en el esclarecimiento de la masacre de La Loma, que desde el arranque parecía tener un culpable claro -Osvaldo Emir “Alito” Martínez , el novio de Bárbara Santos- pese a que los peritos encabezados por Méndez insistían en que el asesino era uno solo, su ADN quedó en 18 pruebas y no coincidía con el de Martínez. La justicia les dio la razón. Fue condenado a perpetua Javier “La Hiena” Quiroga, cuyos rastros quedaron en el piso, un palo, el cuchillo y bajo las uñas de las víctimas.